Porque Respirar por la Nariz: Perspectiva Evolución
La existencia tiene como fin la supervivencia y para ello la búsqueda de nutrientes. El principal nutriente de nuestro organismo es el oxígeno, imprescindible para realizar cualquier proceso metabólico.
Una de las funciones de la nariz es ajustar la humedad y la temperatura como un radiador, para la adaptación del aire respirado a los diferentes climas según los parámetros internos de los pulmones, y así oxigenar bien la sangre lo que aporta energía a las diferentes demandas metabólicas . De lo contrario, con un mal acondicionamiento, los pulmones se dañan con el tiempo, lo que aumenta el riesgo de distintos problemas respiratorios, generales de salud e incluso la muerte prematura.
Además de su papel termorregulador y humidificador, la nariz actúa de filtro, bloqueando bacterias y partículas contaminantes. Por si fuera poco, la respiración nasal aumenta la producción de óxido nítrico, fundamental para un correcto intercambio de gases en el alveolo e importante para la función cardiovascular.
Cuando los cráneos humanos evolucionaron se produjeron cambios en las dimensiones de la cavidad nasal, pero también lo hicieron las cavidades oral y faríngea que en parte, han contribuido a la forma plana de la cara. Nuestra nariz fue una de las muchas adaptaciones que nos otorgaron una ventaja diferencial respecto a otros animales: caminar largas distancias sin descanso. El genero Homo pudo así superar las fluctuaciones del clima, antes de que salieran de África en los inicios del Pleistoceno, y poder explorar los climas severos y los entornos ecológicos de Eurasia.
A diferencia de otros homínidos, como los australopitecos y otros primates actuales, como gorilas o chimpancés, que tienen características nasales planas y facultades que mejoraban el aire inhalado, ya que, pueden ajustar la temperatura y la humedad del aire ambiente cuando todavía esta a mitad de camino en su cavidad nasal. Nosotros tenemos un tabique externo y orificios nasales verticales, mirando hacia abajo. Un aspecto obvio es la forma de nuestra cabeza, la cual se caracteriza por una cara plana, un cráneo grande para acomodar un gran cerebro, y así la nariz nos sobresale.
La importancia compensatoria de la evolución humana con la evolución adaptativa de nuestra particular protrusión nasal no fue casual, cumplía una función vital: Al entrar con un ángulo de 90°, el aire se humidifica en mayor medida al maximizar su contacto con las membranas mucosas. Sin esta particularidad, el árido aire de la sabana africana secaría rápidamente nuestros pulmones, limitando nuestra capacidad aeróbica. En la espiración, ese mismo recorrido retorcido permite recapturar la propia humedad corporal, minimizando la pérdida de agua.
Los cambios morfológicos en el cráneo causaron que la lengua fuera empujada hacia abajo, hacia la faringe, alargando así la cavidad faríngea, Esto significa que la faringe reforzó el trabajo del conducto nasal con el fin de acondicionar mejor el aire inhalado antes de que este alcanzara los pulmones. Como tal ventaja evolutiva, estos cambios físicos también pudieron ser responsables del desarrollo del habla merced a las cuerdas vocales, las cuales se volvieron más complejas, pudiendo producir diferentes tipos de sonidos.
Los científicos señalan que a día de hoy las narices más anchas son más comunes en los climas cálidos y húmedos, mientras que las estrechas son más habituales en temperaturas frías y ambientes secos. Todo esto se remonta en la Regla de Thompson, que a finales de 1800 dijo que las narices largas y delgadas ocurrían en áreas secas y frías, mientras que las cortas y anchas en zonas calientes y húmedas.
En resumen, hemos evolucionado para comer por la boca y respirar por la nariz, pero más de la mitad de las personas respiran por la boca, y las consecuencias son desastrosas para su salud y sistema nervioso.