Enfermedades Orales: Enfermedades de nuestra Civilización
Los seres humanos prehistóricos, para su existencia presumiblemente dependerían de lo que les ofrecía la naturaleza. Estos hombres vivirían de la recolección y de la caza; comerían tubérculos, frutos y bayas del bosque, peces de los lagos y animales que cazarían. Es de suponer que si hubiesen perdido demasiados dientes, o sufrir los índices de patología oral de nuestros tiempos, sin los recursos sanitarios actuales, habría reducido las posibilidades de acceder a una alimentación sólida, limitándoles sustancialmente su calidad y esperanza de vida.
Nuestros dientes y estructuras de soporte son fruto de millones de años de evolución, fueron programados genéticamente en el ambiente de la prehistoria para funcionar en un entorno de fuerte desgaste, donde las dietas serían muy duras y poco nutritivas y la esperanza de vida se vio marcada en muchos casos por la capacidad de masticar la suficiente comida que permitiera extraer una nutrición conveniente para sobrevivir. De esta manera nuestro cuerpo se diseñó para comer mucho azúcar y grasa, así poder almacenar recursos energéticos en momentos de abundancia para los momentos en que hubiera carencia tal y como ocurre en las mujeres San y Khoi con la esteatopigia. Hoy sobre todo en los países desarrollados tenemos un acceso regular a los alimentos, mientras que en las poblaciones prehistóricas la cantidad de azúcar que podían consumir a través de frutas o frutos, como moras silvestres, o miel, era mínimo, en comparación con el acceso actual al azúcar refinado que encontramos por ejemplo en dulces o refrescos. Desde los australopitecos (más de un millón de años atrás) hasta el neolítico (hace 7.000 años), las lesiones dentales se han encontrado en casi todas las poblaciones estudiadas, pero la incidencia de estas enfermedades infecciosas es baja en cazadores recolectores, surge en plantadores tempranos y se incrementa en las poblaciones agro-alfareras, alcanzando su mayor frecuencia en las poblaciones contemporáneas.
La caries se puede considerar como una enfermedad de las civilizaciones modernas, puesto que la prevalencia en el hombre prehistórico se estima que era escasa, que en los restos neandertales hallados no se aprecian apenas dientes con caries se sabe desde hace décadas. Asimismo, el registro paleopatológica del ATE9-1 mandíbula (Homo sapiens.- Sima del Elefante sitio, Sierra de Atapuerca, España), considerado el homínido fósil más antiguo de Europa Occidental (1,3 millones de años AC), muestra numerosas lesiones maxilares como hipercementosis, depósitos de cálculo, lesiones quísticas, un desgaste anómalo compatible con recoger objetos con los dientes, enfermedad periodontal en grado leve y no presenta caries.
Investigaciones antropológicas y clínicos revelan que la forma agresiva de la enfermedad periodontal, como la conocemos actualmente, ha sido inusual en épocas pretéritas, también revelan que la pérdida generalizada de tejido de la cresta alveolar es relativamente poco común y que las lesiones de los alvéolos están común-mente localizadas y son graves .
En el Neolítico, el hombre se organizó en aldeas, se convirtió en agricultor y domesticó algunos animales, es durante ese proceso cuando se aprecia un aumento de la caries y una disminución del desgaste dental. Los recursos alimentarios eran más abundantes y constantes, y la especie humana ha aumentado su número de habitantes con una tasa de crecimiento anual extraordinaria del 0,1%. Desde el punto de vista de los patógenos bacterianos, los seres humanos pronto se convirtieron en anfitriones atractivos; se concentraron en poblaciones grandes de áreas limitadas, lo que maximiza la oportunidad para la transmisión entre individuos que tienen una vida más larga. Por lo tanto, es probable que el crecimiento de la población humana y la expansión durante el Neolítico crearan una presión selectiva que favoreció a los patógenos que se especializaron en los huéspedes humanos, originando lo que probablemente fue la primera ola de enfermedades humanas emergentes, aunque los niveles de enfermedad oral continúan sin ser los actuales. La composición de la microbiota bucal se mantuvo más o menos constante entre Neolítico y la Edad Media donde la economía era básicamente agrícola y dependía de los productos de la tierra, con lo que los índices de enfermedad oral se mantu-vieron más o menos constantes.
Pero la verdadera historia de las enfermedades dentales comienza en la Revolución Industrial, cuando se desarrollaron las plantaciones de caña de azúcar traídas del «Nuevo Mundo». Hasta entonces, los alimentos se fabricaban y preparaban con mucho menos azúcar. En el siglo XVIII surgieron las primeras plantaciones de re-molacha azucarera en Inglaterra. Ahora, casi todos los alimentos que tomamos, desde los cereales, el pan del desayuno hasta jamón de la cena, contienen una cantidad extra de azúcar, por no hablar de todos los productos artificiales de la actual industria alimentaria (aceites hidrogenados, azúcares refinados, edulcorantes artificiales, conservantes, colorantes y un largo etc.), debido a ello y otros aspectos de la vida actual el ecosistema bucal cambió de nuevo, esta vez a favor de las especies que causan estas enfermedades. Otra consecuencia de ello, parece ser que la diversidad de estos nuevos ecosistemas orales se ha desplomado si la comparamos con las poblaciones históricas. Y al igual que ocurre con muchos otros hábitats de la Tierra, simplemente no hay tantas especies que viven en la boca. Dado que una mayor diversidad biológica está asociada con ecosistemas más sanos y resistentes, la falta de biodiversidad oral puede ayudar también a explicar las altas tasas de enfermedades dentales (y otras) entre los humanos modernos por nuevos estilos de vida. Teniendo en cuenta los datos disponibles, se sabe que los alto índices de caries, su distribución y perfiles de gravedad observadas hoy en día, son el resultado de un proceso complejo, cambios lentos de la dieta, directamente relacionados con el desarrollo de la civilización occidental. Por consiguiente, los patrones de caries actuales no se han observado en poblaciones del pasado, ya que éstas muestran un alto grado de variabilidad a lo largo de tiempo y el espacio, que se corresponde con una amplia gama de estrategias de subsistencia, normas culturales específicas, etc.