La Evolución hacia la prevención aplicada a la ley del Mínimo Esfuerzo
Nuestro cuerpo precisa realizar sus funciones con el menor gasto energético, porque cuanto mayor es este, mayor será la fatiga y la limitación funcional de nuestro organismo.
La ley del mínimo esfuerzo o ley de Ook es una ley formulada originalmente para estudiar el patrón de comportamiento de los humanos adolescentes, aplicada hoy en día en campos más variados. Dicha ley establece una relación entre distintos patrones de comportamiento o de ambiente y el estado anímico de un ser humano, tal y como explica algunas de las ecuaciones que se extraen de esta ley.
El hombre es perezoso por naturaleza, el cuerpo esta diseñado para economizar esfuerzos. Es evolutivamente necesario, gracias a esa facultad hemos conseguido sobrevivir, optimizar los recursos con el mecanismo de mayor ahorro de energía, ya que somos una especie que ha vivido en carencia. En otras palabras, la ley del mínimo esfuerzo existe en términos biológicos. Lo que hasta ahora era una teoría, ha sido confirmado por un grupo de investigadores canadienses, la investigación dirigida por el profesor Max Donelan y denominada «Humans Can Continuously Optimize Energetic Cost during Walking», han demostrado que además es el sistema nervioso el que induce a realizar el mínimo esfuerzo.
El mundo actual esta siendo alterado por la evolución del conocimiento, a lo largo del tiempo los homínidos no tuvieran acceso regular a las fuentes de nutrientes, no es como ahora que con abrir el frigorífico se consigue alimento. Todo ello conlleva a que el hombre cada día tenga que esforzarse menos para sobrevivir, pero por contra más para alcanzar un nivel de bienestar y la lucha contra enfermedades dentales que en el pasado eran prácticamente inexistentes. Estas afecciones que con mayor frecuencia afectan a la boca no obedecen al envejecimiento en sí, sino que se relacionan con los hábitos de vida actuales.
Estas enfermedades, rara vez amenazan la vida, afectan más a su calidad en aspectos tan importantes como la masticación, el habla, la relación social y la autoestima a través de la propia imagen. Nuestros genes siguen funcionando igual que cuando éramos cazadores y recolectores, cuando la energía se optimizaba al máximo para poder correr detrás de las presas, no morirse de hambre, en definitiva sobrevivir. Por ello nos cuesta tanto realizar las medidas preventivas de forma voluntaria, nos resistimos a cuidarnos la boca adecuadamente porque estamos programados genéticamente para la supervivencia y hay que ahorrar el máximo de energía posible. Es una especie de conflicto entre los comportamientos ancestrales que heredamos y la búsqueda de la comodidad de nuestros días.
Asimismo, la mayoría de los seres humanos tienden a restringir los impulsos cuando conducen a consecuencias negativas, como la enfermedad o el dolor. Vamos comprendiendo que si nos cuidamos la salud, el futuro sera un poco mejor, además, a la larga, el mantener la boca sana nos llevará a tener menos problemas, tener que realizar menos esfuerzos, por lo tanto, ayudará a que se vuelva a cumplir la ley del mínimo esfuerzo.
En la actualidad, desde que nacemos, aprendemos a adaptarnos a los nuevos nichos ecologicos humanos, con sus diferentes formas culturales. Asimilamos que hay que cumplir con el cuidado de la salud, esto es porque somos buenos imitadores, copiamos lo que vemos. A través de la observación de nuestros padres aprendemos como cuidarnos para ganar la recompensa de estar sanos y bellos, pero todo esto combinado con nuestra programación genética, o sea, hacerlo todo con el menor esfuerzo posible.
Para finalizar…
Cada vez que nos lanzamos a este cambio de concepto, cambio de chip, esforzarse para bienvivir no para sobrevivir, nos enfrentamos a una maquinaria que lleva perfeccionándose más de 100.000 años. En parte por genética, en parte por el funcionamiento esencial del cuerpo humano, existen mecanismos naturales que boicotean los esfuerzos que considera innecesarios para sobrevivir y buscan siempre gastar la mínima energía posible.